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Cartelera del cine en México, 1906: tercera parte de Juan Felipe Leal

Reseña bibliográfica de Gustavo García tomada de la página de la Librería Porrúa www.porrua.com sobre Cartelera del cine en México, 1906: tercera parte de Juan Felipe Leal:

La gran cantidad de películas exhibidas en México en 1906, que ha obligado a Juan Felipe Leal a elaborar una tercera parte (julio-diciembre) del cuarto volumen de esta colección, revela a las claras que el romance entre el cine y los públicos nacionales iba ya viento en popa.

En la «Presentación» de este libro el autor nos detalla la historia del primer cine danés -tan poco conocido hoy en día, dada su creciente importancia en el mercado mexicano de películas. Y así nos enteramos de que esa cinematografía, que en los años veinte tuvo en Carl Theodor Dreyer a uno de sus grandes exponentes, recorrió en las décadas previas el habitual y sabroso camino de la aventura: el secuestro y la corrupción sexual de mujeres en Occidente (La última víctima del tráfico de esclavas blancas, 1911), sobre la que Franz Kafka escribió varias frases entusiastas; la sensualidad y el erotismo, con incursiones incluso en el tema de la homosexualidad (Juventud y tolerancia, 1913); el sensacionalismo, con el robo del célebre cuadro de Leonardo Da Vinci (La Mona Lisa desaparecida, 1911) y las primeras versiones del naufragio del S.S. «Titanic» («Titanic»- De noche y en el hielo, 1912; Un drama en el mar, 1912; y Atlantis, 1913); los mediometrajes, que permitieron profundizar en los personajes e impulsar el star system, simbolizado en la inquietante Asta Nielsen. No sería éste el cine que predominaría en México, pero su sola presencia en nuestras pantallas en los años venideros haría del cinéfilo nacional todo menos un provinciano. De hecho, la difusión de la cinematografía mundial tanto en la Ciudad de México como en las capitales de los estados fue el inicio de una universalización intelectual cuyo impulso estuvo en los orígenes de las vanguardias artísticas post-revolucionarias.
En el segundo semestre de 1906, los mexicanos ya tenían por viejo conocido a Georges Méliès, quien no dejaba de maravillarlos con cintas como El diablo gigante (1901), Un viaje a la Luna (1902), El alegre falso profeta ruso (1904), Los invitados de M. Latourte (1904) y La pesadilla del pescador (1905). Pero querría la suerte que también se familiarizaran con su mayor compañero de aventuras, el español Segundo de Chomón, gran mago del trucaje. Aunque a Chomón se le acreditan algunos trabajos rutinarios como Revista del ejército español por los reyes de España (1906) y Matrimonio del rey de España (1906), tuvo éste la oportunidad de mostrar su genio creativo en La caverna de la bruja (1906) y de asistir a Gaston Velle en la intriga El joyero del rajá (1906). Otro maestro ya habitual en las pantallas mexicanas, Ferdinand Zecca, realizador de la célebre Vida y pasión de Jesucristo (Pathé, 1902-1905) y del primer Quo Vadis? (Pathé, 1902), mostró nada menos que unas Aventuras de don Quijote (Pathé, 1903), con una duración de media hora.
Llama la atención la modestia de las producciones estadounidenses anteriores a 1915. A mucha distancia de las espectaculares y costosas películas de David W. Griffith (El nacimiento de una nación, 1915, Intolerancia, 1916), Edwin S. Porter realizó con un bajo presupuesto la muy digna Cabaña del tío Tom (1903). En México Enrique Rosas y Salvador Toscano comenzaron a rodar los primeros documentales de larga duración: La inundación de Guanajuato (1905), Las fiestas presidenciales en Mérida (1906) y Viaje a Yucatán (1906). En fin, la historia de amor entre los mexicanos y el cine ya había tomado fuerza, y en los años por venir sobreviviría a todo tipo de desventuras.

Cine Olimpia

Uno de los proyectos pioneros hacia lo que llegaría a ser el programa arquitectónico de los teatros-cinemas de los años veinte fue el cine Olimpia cuya construcción original data de 1916 pero que se transforma a partir de 1919, inaugurándose el nuevo recinto el 10 de diciembre de 1921. Esta sala cinematográfica era parte del “Circuito Olimpia S.A.”, empresa que administraba una cadena de teatros y cines que para principios de los años veinte eran alrededor de 18. Pese a lo que este recinto representa para la historia de México fue desaparecido. Con el permiso del diario La Jornada, reproducimos en homocinéfilus.com una reseña del 24 de julio del 2002 que da cuenta de lo que justamente se describe como “un crimen cultural”. Incluimos además el fragmento de un artículo del afamado crítico de cine Gustavo García en torno a éste asunto publicado en Letras Libres.

Fotografía tomada de Letras Letras

Desaparece el legendario cine Olimpia (La Jornada, 24/VII/2002)

Ericka Montaño Garfias

Adiós al cine Olimpia. En unos meses el inmueble que albergaba al cine-teatro en la calle 16 de septiembre, en pleno Centro Histórico, se convertirá en un pabellón con más de 300 locales comerciales dedicados exclusivamente a la venta de equipos de computación. Continúa así, la desaparición de las grandes salas cinematográficas en la ciudad de México y la proliferación de los malls. El Olimpia formó parte del paquete de 14 salas que pertenecieron a la desaparecida Compañía Operadora de Teatros, que pasaron a la Federación por adeudos fiscales y fueron subastadas por el Fondo Liquidador de Instituciones y Organizaciones Auxiliares de Crédito (Fideliq). Los otros cines son: Latino, Cosmos, Villa Coapa, Lindavista, Mitla, Ariel y Hermanos Alva (éstos dos en un solo inmueble) Jalisco, Nacional, Pecime, Tepeyac y Tlatelolco, además del México y Variedades, en Puebla y Acapulco, respectivamente. Las 14 salas representan una superficie construida de más de 53 mil metros cuadrados.

El futuro de una tradición

En un comunicado del 25 de junio de 2001, Fideliq anunció la apertura de la licitación pública para los 14 inmuebles y subrayaba que “no necesariamente deberán mantener el uso que tuvieron”.
El 19 de julio de ese año informó que sólo dos salas fueron compradas: Olimpia, en el Distrito Federal, y Variedades, en Acapulco, por 21 millones 938 mil pesos. En el comunicado de ese día se precisa que en la licitación ”se registró una amplia participación de grupos empresariales e inversionistas (…) Sin embargo, desalentados ante la incertidumbre asociada a los problemas generados en torno de la reciente enajenación del terreno donde se situaba el hotel Casino de la Selva, muchos de estos inversionistas (…) optaron por retirar temporalmente su propuesta”.
Las licencias otorgadas por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Delegación Cuauhtémoc, indican que se autorizan las obras en el inmueble (con 2 mil 66 metros cuadrados de terreno) para la construcción de comercios, videobar, auditorio y salas de cine. Sin embargo, fuentes de la inmobiliaria Century 21, responsable de rentar los locales, indicaron que no se construirán el videobar, el auditorio ni mucho menos las salas de cine. Lo único que se ha respetado es la fachada.
En las dos primeras plantas habrá locales comerciales de seis, ocho y 10 metros cuadrados, mientras que en el tercer piso se ubicará un café Internet, una zona de fast food y un centro de exhibición permanente en el que grandes empresas mostrarán los adelantos en materia de computación. La renta de un local de 10 metros va de 8 mil a 10 mil pesos mensuales.

Un poco de historia

El cine-teatro Olimpia fue construido en el terreno que ocupaba la huerta del primer convento franciscano fundado en la ciudad de México en 1524. Con el paso de los siglos la huerta fue dividida en lotes en los que se edificaron casas y luego el hotel Jardín, que se convirtió en el cine Olimpia. El cine-teatro Olimpia fue construido en el terreno que ocupaba la huerta del primer convento franciscano fundado en la ciudad de México en 1524. Con el paso de los siglos la huerta fue dividida en lotes en los que se edificaron casas y luego el hotel Jardín, que se convirtió en el cine Olimpia. La obra estuvo a cargo del arquitecto Carlos Crombè, quien proyectó la Arena Coliseo y construyó, además, los cines Odeón, Alameda, Colonial y Cosmos, así como otras salas en provincia, de acuerdo con datos recopilados por Francisco H. Alfaro y Alejandro Ochoa, en su libro La república de los cines (Clío). El libro señala:

A partir de una sala ubicada en la calle 16 de septiembre, la edificación del ‘gran teatro-cinema’, como lo anunciaron los medios en su momento, se inició el primero de noviembre de 1919. Enrico Caruso, el célebre tenor italiano, colocó la primera piedra.

La inauguración fue el 10 de diciembre de 1921 y su aforo era de 4 mil butacas. Tenía dos salones de baile, un fumador, dos vestíbulos y un órgano Wurlitzer. Se convirtió en importante centro cultural. En ese escenario se presentaron Ana Pavlova, quien ejecutó su coreografía El jarabe tapatío; Carlos Chávez, Agustín Lara y Manuel Esperón musicalizaron filmes de la época muda; Fernando de Fuentes fue gerente y ahí aprendió a hacer cine, recuerda el crítico Gustavo García. Algunas de las cintas estrenadas allí fueron El sheik, con Rodolfo Valentino, y El peregrino, con Charles Chaplin. Fue una de las primeras salas con sonido: se proyectó la primera película sonora: El cantante de jazz. Desde los altos del Olimpia la XEW inició transmisiones en 1930. En 1941 fue remodelado por Crombè, se mantuvo así hasta 1995, cuando fue fraccionado en varias salas y dejó de funcionar en 1999. Para Gustavo García, el Olimpia debió conservarse ”como un monumento nacional e instalarse allí el museo del cine mexicano. Su desaparición es un crimen cultural del que deben responder las autoridades de la ciudad”. Mientras, demos gracias a los filmes porno que mantienen con vida al cine Teresa.

Adiós al Olimpia (Letras Libres, octubre 2002)

Gustavo García

Y la puntilla: el Olimpia, el cine más antiguo de todo el país, que se mantenía digno en su abandono, ahora será una tienda más en un Centro Histórico que rebosa de tiendas y languidece de espacios culturales (de hecho, todo ese espacio sólo tiene dos cines: el también venerable Teresa, que se salvó gracias a la pornografía, y la minúscula Sala Fósforo de la Filmoteca de la UNAM).
Esto no lo detiene nadie: a la basura la historia, los espacios de encuentro social, la obra monumental de arquitectos como Francisco J. Serrano (los ya desaparecidos cines Isabel, Encanto, Palacio, Venus y el Teresa), Juan Sordo Madaleno (París y Ermita), Carlos Obregón Santacilia (el Prado, perdido en el terremoto de 85), Carlos Crombé (Olimpia, Odeón, Cosmos, Colonial y Alameda), entre muchos otros. Al montón de escombros la peligrosa memoria de cuando ser ciudadano era merecer esos palacios populares. ¿El futuro? La atomización del cineplex y la masa amontonada en tiendas de baratijas, para beneficio de un sistema que sabe especular con la miseria y, desde luego, salir ganando.

*Publicado por Fernando Bañuelos Medina en homocinéfilus.com

Se murió el Museo del Cine Nacional

Se murió el Museo del Cine Nacional A inicios de 2008 fue que la creación del Museo del Cine Nacional fue anunciada por el Presidente de la República durante la inauguración de una muestra homenaje al cine-fotógrafo Gabriel Figueroa, en el Palacio de Bellas Artes. Esto dentro de los festejos que habrían de celebrarse por el bicentenario independentista y centenario revolucionario. Este espacio, señaló el mandatario, deberá estar listo como parte de las actividades que recordaran el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana, a efectuarse en 2010.

Se anunció la siempre postergada creación del museo del cine y los cinéfilos e historiadores del cine, en especial el mexicano, tuvimos un momento de franca euforia. Recordamos, aquellos que conocimos y fuimos formamos cinematográficamente en las la vieja Cineteca Nacional en Calzada de Tlalpan y Río Churubusco su triste desaparición a raíz del incendio que la arrasó en 1982. Fue durante el Festival Internacional de Cine de Monterrey en 2008, donde el Conaculta anunció que el famoso fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio sería la cabeza de ese proyecto quien vaticinó que “el proyecto de realización de un museo del cine en México es inminente. Sus labores resultan no sólo indispensables y oportunas, sino también importantísimas”.

Entre las varias declaraciones que emitió resulta interesante y hasta la fecha aplicable que “ese proyecto tiene dos grandes vocaciones. En primer lugar cumplirá con la labor de salvaguardar el patrimonio cinematográfico, que nos remite a una considerable riqueza en materia de imágenes y la segunda sería la de difundir el arte cinematográfico, la cultura fílmica, vaya, que no llegue simplemente Batman y la gente diga guau, sino que se establezca la posibilidad de que todos tengamos acceso a un patrimonio importante, que se liga con nuestra historia y nuestro país”.

Reproduzco a continuación la entrevista que el fotógrafo concedió a Milenio al momento de ser designado director del proyecto:

¿Cómo ha evolucionado el ataque al problema de la desmemoria cinematográfica?

La historia de la Cineteca Nacional es un hoyo negro en nuestra cultura y la Filmoteca de la UNAM es una opción importantísima. Pero junto a esas plataformas, tenemos que crear otros sitios para que la gente valore y cuide nuestro patrimonio. Pero hay que tener guardado nuestro patrimonio y además hacerlo circular. Hay que digitalizar el cine, hacerlo circular, ¿cómo? a través de la creación de un circuito virtual, que nos permita enlazar a Ciudad Juárez con Campeche y a Monterrey con Sonora.

¿Cómo se ha pensado la posibilidad de crear distintos espacios para este museo?

 Sería un museo horizontal. La espina dorsal es la unión digital de los distintos espacios. Así, podremos tener un esquema de proyección compartido, que podría ser complementada por exposiciones en torno a segmentos o fragmentos de la actividad fílmica, que se integraran para socializarnos en torno al cine.

¿Cómo se podría lograr eso?

Originalmente, se piensa en apoyos federales, pero eso habría que complementarlo con recursos estatales y municipales. Así, tener un centro propiciador, pero también vamos a rascarnos con nuestras propias unas.

¿Qué tanto se ha avanzado?

Ya hablamos en Juárez, en Chihuahua, en Michoacán, en Guanajuato, y fuimos a todos los lugares donde hay festivales de cine, así hemos ido a plantear este asunto, esta posibilidad. Poco a poco, se tiene que ir creando una comunidad fílmica en México, una comunidad que aprecie, valore y disfrute el cine, realmente a fondo.También la directora del Instituto Mexicano de Cinematografía, Marina Stavenhagen afirmó que “estamos en un anteproyecto, que es lo que nosotros elevamos a consideración del Consejo y desde luego de Presidencia y me da mucho gusto que se haya retomado y se haya anunciado ya como un proyecto de facto. Se están recogiendo las propuestas, que ha habido muchísimas en los últimos años, y que existen en el interés de muchos sectores.

 Reproduzco el artículo de Gabriel Contreras publicado en 2008 y que se puede consultar en la página web del CONACULTA sobre este evento:

“La creación de un Museo Nacional del Cine Mexicano es un proyecto acariciado por muchos sectores del ámbito de la cultura y la cinematografía desde hace varios años. Históricamente, ha existido un número importante de propuestas en ese sentido tanto de instituciones, como de particulares, lo que evidencia el interés por parte de la comunidad cinematográfica de rescatar la memoria fílmica nacional. El anuncio público hecho por el C. Presidente de la República sobre la creación del Museo de Cine, recoge la genuina aspiración de la comunidad cinematográfica en torno a la creación de un espacio dinámico e interactivo que de cuenta de la historia de nuestro cine y del papel que han jugado las imágenes y los protagonistas del cine mexicano en nuestra cultura y su aportación al imaginario colectivo. Este museo destacará la influencia del cine mexicano en nuestra educación sentimental y en el imaginario colectivo de los mexicanos, además de explorar las inmensas posibilidades de las imágenes en movimiento como uno de los lenguajes artísticos más importantes de nuestra historia reciente. El mundo de hoy es audiovisual. Por ello, un museo que acerque a las nuevas generaciones a los referentes culturales de nuestro cine en la construcción de nuestra identidad nacional para el siglo XXI, al tiempo que revele la importancia estratégica del cine como una de las industrias culturales de mayor relevancia en nuestra sociedad, es una necesidad. El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto Mexicano de Cinematografía, ha puesto en marcha un grupo de trabajo multidisciplinario que desarrolla el proyecto de un magno Museo Nacional del Cine Mexicano, buscando articular las iniciativas ya existentes en un magno proyecto nacional. Historiadores del cine, coleccionistas, museógrafos, guionistas, arquitectos y artistas multidisciplinarios trabajan en un proyecto que por el momento está en una etapa embrionaria, pero que crece día con día, y al cual sin duda, se sumarán apoyos y financiamiento de la iniciativa privada. Aún sin sede definida, el Museo será sin duda fruto de la colaboración entre las instituciones que tradicionalmente han recogido y resguardado la historia de nuestro cine en colecciones y acervos fílmicos de enorme valor, así como de coleccionistas particulares. La inauguración de una primera etapa del Museo está prevista en ocasión de la celebración del Centenario de la Revolución Mexicana, en 2010.”

A pesar de todo el boato y anuncio que se cacareó a los cuatro vientos, el pasado 5 de enero de 2010, en entrevista con Milenio, Gustavo García, historiador cinematográfico de reconocida trayectoria manifestó su pesimismo sobre el asunto. La nota titulada Se murió el Museo del Cine, lo dice todo. Algunas de sus acotaciones a continuación:

“Ni en broma tendremos un Museo del Cine en este 2010. Si llegamos a tener un ciclo de películas con las soldaderas y Vámonos con Pancho Villa, nos vamos a dar por bien servidos. Por desgracia, aunque la Revolución Mexicana fue la primera que se filmó, y muy bien filmada por los hermanos Alva y por Salvador Toscano, ni siquiera eso ha conmovido a las titubeantes autoridades encargadas de los festejos del centenario.”

“Me parece gravísimo que sigan titubeando con respecto al Museo del Cine, el cual debería hacerse en el Distrito Federal, por la sencilla razón e que aquí surgió el cine mexicano. Lo ideal sería que se utilizara un local adecuado – podría ser el cine Ópera que todavía está en pie – o construir un espacio especial, pues un museo debe ser una escuela y un cineclub, que programen conferencias y ciclos de cine, donde se revise no sólo el cine mexicano sino al cine mundial. Esa sería mi propuesta, pero sé que estamos hablando a oídos sordos. Los oídos de Conaculta los presta a cualquier otra grilla, menos al rescate de nuestra identidad verdadera.”

“No sólo no nos ha consultado a la comunidad cinematográfica. Quedó claro desde el principio que no quería que existiéramos, sólo le interesa cubrir un renglón de un informe burocrático.”

Por otro lado, Marina Stavenhagen, directora del Imcine en entrevista dada a Leticia Sánchez  y publicada en Milenio el 6 de enero pasado, manifiesta lo siguiente:

¿Cuál fue el proyecto que no gustó?

 No es que no haya gustado, es que estamos analizando los diversos proyectos para el museo y se anunciará en su debido tiempo.

¿Les dará tiempo para este 2010?

Nosotros trabajamos muy bien, además vamos muy adelantados.

¿Llenará las expectativas del presidente Felipe Calderón?

Por supuesto que llenará sus expectativas, ya que estamos trabajando muy de cerca con la presidencia de la república para arribar a buen puerto con este proyecto.

Entonces, ¿el museo es para 2010?

Si yo tuviera una bolita de cristal y pudiera garantizar que todo sucederá, lo afirmaría. Pero todo es la suma de voluntades y de recursos. No debemos ser irresponsables al lanzarnos con proyectos que luego no podemos sostener.

Tal parece ser que el quehacer cinematográfico y la historiografía del cine en México continuarán siendo Nosotros los pobres, Pepe “el Toro” y las películas de Cantinflas dirigidas por Miguel M. Delgado, que periódicamente recicla Televisa.

El cine mexicano a través de la crítica

Reseña de Juan Solís sobre el libro de Gustavo García y David R. Maciel, El cine mexicano a través de la crítica aparecida en El Universal el 31 de diciembre de 2001.

Cuatro hermosos rostros de actrices mexicanas ilustran la portada del libro El cine mexicano a través de la crítica en el que Gustavo García y David R. Maciel compilan una serie de 20 textos cuyo tema es el desarrollo del cine nacional desde la mirada inquisidora del crítico. La nota de la primera función del cinematógrafo en México en 1896, un comentario de Salvador Novo a propósito de Cantinflas o bien un texto de Alfonso Reyes sobre Eisenstein son algunos de los trabajos que conforman el tomo editado por el Imcine, la Filmoteca de la UNAM y la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez y cuya presentación se realizará a mediados de enero.

García y Maciel aseguran que su antología «tiene el objetivo de recopilar una serie de trabajos de crítica y análisis cinematográficos realizados por un grupo diverso de investigadores y escritores de varias épocas, disciplinas académicas, nacionalidad y género. En la selección de textos se trató de tener una amplia cobertura de temas, periodos históricos y géneros cinematográficos. Se rescataron algunos artículos de suma importancia que fueron originalmente publicados en revistas y periódicos que ya no es fácil encontrar. Asimismo, se solicitaron algunos ensayos sobre temas selectos a críticos e investigadores contemporáneos, con el fin de cubrir temas que no se han desarrollado suficientemente hasta hoy. A la vez, los colaboradores de esta antología representan varias generaciones de analistas del cine mexicano, pertenecientes a diferentes corrientes interpretativas y grupos culturales que rara vez se encuentran en un mismo volumen».

Los temas

El cine mexicano a través de la crítica responde a un orden cronológico. De la ya citada nota de 1896 extraída de El Monitor Republicano, se pasa al ensayo «Hacia un cine mexicano» del investigador Aurelio de los Reyes. Del pionero de la crítica Carlos Noriega Hope, a quien está dedicado el libro, aparece el texto «Los precursores del cine en México», tomado del libro Mundo de las sombras, publicado en 1921 y al que se considera como el primer libro sobre cine en México, además del trabajo «Cómo se hace una película vitafónica en México», publicado originalmente en El Ilustrado , en 1931.

El grupo de investigadores formado por Adriana Campos, Federico Dávalos, Esperanza Vázquez y María Antonieta de la Vega presentan un ensayo, aparecido originalmente en 1979, cuyo título es «El cine mudo en México». Miguel Ángel Morales, por su parte, escribe el estudio «Doce películas cómicas del cine mudo».

Uno de los textos más destacados de la antología es «La cinematografía nacional», de Gabriel Soria, publicado en la Primera Guía Cinematográfica Mexicana, en 1934. A decir de los compiladores el trabajo «tiene el doble valor de ser el único texto de Soria rescatado hasta ahora, y la primera evaluación que un cineasta, entonces en sus inicios, hace de un cine al borde de su industrialización, pero entonces aún en una etapa plenamente artesanal».

John Mraz presenta un análisis de la trilogía revolucionaria de Fernando de Fuentes: El prisionero 13, El compadre Mendoza y ¡Vámonos con Pancho Villa!, publicado en la revista Nitrato de Plata , mientras que Charles Ramírez Berg, «uno de los pocos estudiosos de Estados Unidos que se ha especializado en la estética y el contenido del cine mexicano contemporáneo», participa con el estudio «La invención de México: el estilo estético de Emilio Fernández y Gabriel Figueroa», publicado en la revista Spectator.

Plumas afiladas como la de Carlos Monsiváis no pueden faltar en una antología crítica del cine nacional. El autor de Amor perdido participa con el texto «Del peñón de las ánimas al jagüey de las ruinas», publicado en el suplemento cultural de la revista Siempre!. Tomás Pérez Turrent, colaborador de este diario, aparece con su texto «Buñuel ante el cine mexicano», publicado en 1972 en la Revista de la Universidad. Uno de los compiladores, Gustavo García, analiza el cine mexicano de los 50. De la mítica y efímera revista Nuevo Cine se extrae «Moral sexual y moraleja en el cine mexicano», de Salvador Elizondo. Mientras que de la investigadora Catherine Macotela se presenta el interesante estudio «El sindicalismo en el cine» que, a decir de los compiladores, es prácticamente el único estudio sobre ese tema.

De Arturo Garmendia se rescata el ensayo «1968. El movimiento estudiantil y el cine», mientras que del polémico y brillante Jorge Ayala Blanco se incluye el texto «El cine mexicano en la encrucijada». A David Maciel le corresponde cerrar el libro con el análisis «El cine contemporáneo en México, 1976-1999».

La antología incluye textos hechos ex profeso, destacando «La mitad de la pantalla, la mujer en el cine mexicano en los años cuarenta», de Joanne Herschfield.

Presencias y ausencias

El libro no tiene la intención de ser un seguimiento exhaustivo del desarrollo de la crítica cinematográfica en México. Tanto la introducción como la conclusión ofrecen un bosquejo de lo que ha sido la relación de la crítica ante el cine nacional. De las notas o comentarios a los ensayos específicos, los temas varían en función del avance que el cine ha tenido como objeto de estudio.

El cine mexicano a través de la crítica de alguna manera se inscribe en la tendencia del tomo Microhistorias del cine mexicano, coordinado por Eduardo de la Vega Alfaro, que recoge estudios sobre el desarrollo del cine mexicano en diversas partes del país. A esta necesaria recopilación también podría agregarse el estudio de Willivaldo Delgadillo y Maribel Limongi, La mirada desenterrada, Juárez y El Paso vistos por el cine (1896-1916), ambos publicados en este año.

No obstante la elegancia de la publicación y la importancia del contenido, el libro también presenta algunos datos que pudieran ser imprecisos: en la introducción, cuando los autores narran el acontecer de la crítica en los años 60, aseguran: «En esos años se reúne un notable grupo de intelectuales y funda una revista titulada Nuevo cine mexicano.» Es probable que se trate de la revista Nuevo Cine donde, en efecto, colaboraron Emilio García Riera y Carlos Monsiváis, así como muchos otros intelectuales.

En el listado de publicaciones que se han dedicado específicamente al cine quizá faltó nombrar los cuadernos de cine publicados por la Filmoteca de la UNAM en los 60 y su versión actual que es la colección Texto sobre Imagen, así como la reciente revista del CUEC Estudios Cinematográficos.

García y Maciel aseguran que «al cine mexicano lo escribieron, junto con muchas otras plumas anónimas o ahora perdidas, muchas de nuestras mejores mentes». Entre los poseedores indiscutibles de tan extraordinario talento, los autores incluyen a Martín Luis Guzmán, hombre de pluma prodigiosa, pero cuyo acercamiento con el cine se remitió, hasta donde se sabe, a la columna «Frente a la Pantalla» que, junto con Alfonso Reyes, firmaba bajo el seudónimo de Fósforo en el semanario España de Ortega y Gasset. Esos comentarios, reunidos en su libro A orillas del Hudson, se concentran en películas europeas, pero no en el cine mexicano. Posteriormente su novela La sombra del caudillo sería llevada a la pantalla por Julio Bracho e, incluso, haría un guión titulado Islas Marías.

En el mismo rubro quizá faltaría nombrar a Octavio Paz, quien escribió un texto a propósito de Los olvidados, y a Eduardo Lizalde quien escribió un trabajo sobre el cine de Buñuel. Por otra parte, en la ficha relativa a Jorge Ayala Blanco se dice que «sus aproximaciones al cine extranjero se reúnen en los libros El cine norteamericano hoy y Falaces fenómenos fílmicos«, títulos a los que habría que agregar A salto de imágenes.

Por último, en el listado de imágenes, hay una referencia a una foto de La llegada del tren que tendría que aparecer en la página 19, sin embargo en dicha página aparece Claudio Brook en la película Cronos, imagen que se repite, sin referencia en la lista, en la página 339. Lejos de estas omisiones, que en nada alteran el sentido original del libro ni su calidad, El cine mexicano a través de la crítica es un trabajo que viene a llenar un hueco en la historia escrita del cine mexicano, un justo reconocimiento a la crítica cinematográfica nacional que ha sido, a decir de los autores, espejo compañero del cine mexicano: «su reflejo (en los dos sentidos: como réplica y como reflexión)».