Miguel Contreras Torres: Las ilusiones patrias

Publicado originalmente en el suplemento Los Centenarios de La Jornada Michoacán el 21 de junio de 2010, pp. 3-5.

Rafael Orozco Flores

A la distancia, a los que habitamos las “grandes ciudades” del país, en estos días que corren, nos resulta curioso y hasta divertido lo ridículo que parecen las formas en que los habitantes de finales del siglo XIX, se entretenían. Hablamos de ciudades oscuras y de gente que no tenía, en su mayoría, recursos para los espectáculos teatrales, circenses o de toros. Hablamos de ciudades en donde el transporte de tracción animal era suplido sí por vehículos automotores, pero de manera importante por las bicicletas.

Las crónicas periodísticas de nuestro país nos dan cuenta de cómo el concepto de modernidad fue aprovechado por los habitantes de las ciudades como entretenimiento y diversión. Aurelio de los Reyes rescata algunas crónicas de la época, en que se destaca cómo era que la gente de la época porfiriana se entretenía, no solamente con el fonógrafo y las carreras de bicicletas, sino con los resultados tangibles del progreso que era la simple instalación de los postes de alumbrado público.

El progreso y “la difusión de la ciencia entre las masas” trajeron al escenario el cine. Y, como sucedió en prácticamente todo el mundo, la llegada del cinematógrafo a las ciudades modificó sensiblemente la vida de sus habitantes. Curiosidad científica o espectáculo de masas, el cine fue uno de los eventos públicos más comúnmente promocionados a finales del siglo XIX, que contó con la aceptación generalizada por su evidente atractivo y precio; si bien al principio fue un espectáculo para “grupos científicos” y después para la burguesía, el cine llegó a posicionarse como un espectáculo popular.

Miguel Contreras Torres

Pero el cine, en nuestro país, habría de enfrentar su primera crisis en 1900, pues no obstante su aceptación, como espectáculo citadino, fue alejando al público por la escasa duración de las “vistas”, su carácter documental y el hecho de ser en blanco y negro, generando entre los espectadores hastío y aburrimiento. De esta manera el público de las ciudades regresó al teatro de revista, los toros y el circo. Por su parte, los exhibidores, en un esfuerzo de sobrevivencia, se fueron a las pequeñas poblaciones en donde no había competencia con otras formas de entretenimiento. La crisis se extendió hasta 1905 y las razones de este renacer se debieron en parte a que los exhibidores se dedicaron a solucionar aquellas circunstancias que la originaron, es decir, se modificaron aquellas razones que generaron el rechazo, al incluir películas con una duración mayor y el documental se complementó con vistas de ficción como las producciones de Georges Méliès (El viaje a la luna, por ejemplo) y de Edwin S. Porter (El gran asalto al tren), además de incluir imágenes (fijas y en movimiento) de situaciones que eran familiares a los espectadores, incluyendo bodas, fiestas populares, calles y barriadas, monumentos, ríos, etcétera.

La afición despertada por el cinematógrafo desde su llegada a nuestro país generó en pocos meses que varios empresarios nacionales invirtieran sus recursos en la adquisición, vía importación, de aparatos proyectores de Europa y de Estados Unidos, entre ellos podemos mencionar a Ignacio Aguirre, Salvador Toscano, Enrique Rosas y Guillermo Becerril, entre otros.

Es sabido que a Morelia el primer empresario que llegó con el cine fue el francés Carlos Mongrand, que hizo distintas rutas por el norte y sur del país, arribando a las distintas plazas, dependiendo del interés que se mostraba por ver la novedad. Así llegó a Guadalajara, de donde pasó a Celaya, Puebla, Morelia, Uruapan y Aguascalientes.

A este cine se integra, en 1915 en Morelia, Miguel Contreras Torres, quien, junto con sus hermanos Elías, Indalecio y Enrique, formó una sociedad para exhibir cintas en el Salón Opera y, bajo el mismo esquema de coparticipación, explotó comercialmente los cines París e Hidalgo o llegó a rentar el Teatro Ocampo con el mismo propósito. Dice el propio Contreras que rentó un cine al súbdito del káiser de Alemania don José Stauffer.

En 1920, Contreras Torres da un salto importante dentro de la cinematografía nacional: de empresario exhibidor, en ese año inicia su larga carrera como gente de cine, gracias a su participación como coproductor y actor principal de El Zarco (José Manuel Ramos, 1920), sobre la novela homónima de Ignacio Manuel Altamirano. Sin proponérselo, esta película, dice García Riera, marcó la entrada en el cine nacional de un personaje muy frecuente en el cine estadunidense de la época: el pintoresco, cruel y taimado bandido mexicano.

Además de ser reconocido, junto con los hermanos Alva, Ezequiel Carrasco y muchos otros, como pionero del cine mexicano, cabe a Contreras Torres el hecho de haber sido el director más activo y productivo en el periodo del cine mudo de nuestro país con 15 películas. La última de ellas, El águila y el nopal (1929), se convertiría también en la primera película mexicana con sonido, anterior a Santa, de Antonio Moreno, realizada en 1931. Se sabe también que fue el michoacano quien con Zítari, cerró la época del cine mudo.

A nivel internacional, también fue un hombre muy activo, tratando de insertar a nuestro país, sobre todo su producción, en el mercado mundial. Su incursión en el cine hollywoodense fue desde época muy temprana, habiendo participado como actor secundario en Three Jumps Ahead (John Ford, 1924), al lado del mítico Tom Mix, y en Madonna of the Streets (Edwin Carewe, 1924). Con propósitos similares, recorrió varios países europeos, filmando en España Soñadores de Gloria que narra la lucha de los españoles contra los moros, con locaciones en Marruecos y Sevilla y con el apoyo del gobierno español, sobre todo para las escenas de batallas; también en ese país realizó El relicario, José María, El tempranillo y Las violetas; en Francia hizo El águila de la sierra y La noche de amor, mientras que en Inglaterra supervisó las películas Juan José y La pasión de un amor.

La filmografía completa de Contreras Torres nos habla de un hombre interesado en exaltar el nacionalismo y el patriotismo, desde el cine. En esencia, son básicamente tres las líneas temáticas sobre las que se construyó su carrera: la historia patria, la temática religiosa y el costumbrismo.

Aunque no fue el único, en efecto, en el caso mexicano, es Contreras Torres el que incursiona con mayor énfasis en la exaltación de los hechos históricos de nuestro país, para muchos, con un acentuado y contradictorio nacionalismo. 

Tal vez no podamos encontrar otra razón para esta visión casi personalísima del director michoacano, para tocar temas históricos, que su militancia en el ejército constitucionalista de Carranza, al que perteneció durante algunos años. Podemos inferir que esa formación militar y las razones y conclusiones de la lucha intestina identificada como Revolución Mexicana movieron a este “joven terco y alucinado”, como lo calificó Juan Bustillo Oro, a incursionar en los tres momentos principales de la historia nacional: la Independencia, la Reforma y la Revolución. Terminada esta última, el nacionalismo afloró con el mismo ímpetu, reinterpretando a México y tanto la literatura (sobre todo de autores liberales, como Ignacio Manuel Altamirano con El Zarco, por ejemplo) como la historia oficial, fueron filones de donde se nutrió el cine.

La sombra de Pancho Villa (1932)

Del grito de Dolores y la búsqueda de la identidad fílmica nacional 

Una buena cantidad de las películas de Miguel Contreras Torres, ya lo hemos anotado, corresponden a reconstrucciones de hechos que forman parte de la historia. Aun cuando las películas sobre la Independencia nacional no fueron las primeras que realizó Contreras Torres de corte histórico, sí encontramos en ellas ese propósito, para muchos criticable, de utilizar al cine como una forma de aleccionar, siguiendo la historia oficial, sobre las raíces indígenas, la guerra que nos liberó del gobierno español, la Reforma y la Revolución. Es justamente Zítari, la cinta con la que termina el cine mudo, la primera película de este corte que aborda, según una visión un tanto romántica, la vida de los aztecas. Según Medea de Novara (esposa de Contreras), la película la hizo su esposo para su esparcimiento y se trata de la vida de una princesa india en las pirámides de Teotihuacán.

Pero la historia nacional, vista a través de la lente de Contreras Torres, da inicio con La Revolución (La sombra de Pancho Villa) en donde, a través de un melodrama, ubicado en esa época, “ensalza” al ejército constitucionalista (al que él perteneció) y logra incluir algunas imágenes de stock sobre la batalla de Zacatecas y Celaya, con una aparición de Villa, también de stock.

Sobre la revolución, el michoacano volvería en ¡Viva la soldadera! (1958), a través de un melodrama ranchero, que sirve de pretexto para echar vivas a personajes típicos de la Revolución como Villa, Carranza, Obregón, Joaquín Amaro y Alfredo Elizondo. La soldadera a que hace referencia el título de la película queda justificada cuando la protagonista (Flor Silvestre) se pone las cananas y se cubre la cabeza con el rebozo.

Tres son las películas en las que Contreras Torres aborda y recrea el pasaje histórico de la lucha de independencia nacional: ¡Viva México! (El grito de Dolores), El padre Morelos y El Rayo del Sur. Cualquiera de las escenas contenidas en los libros de texto oficiales referidas a la Independencia de México fueron retratadas en estas tres cintas. Se ha señalado con cierta insistencia el “acartonamiento” de esos pasajes históricos y de los personajes que en los hechos narrados participan. Aunque se sabe que para hacer El padre Morelos, Contreras se basó en los textos de Carlos María de Bustamante, Lucas Alamán y J. Hernández Dávalos, fuentes elementales para entender esa etapa de nuestro país, es muy probable que las otras dos cintas abrevaran de iguales o similares fuentes informativas, que corresponden en mayor o menor medida a lo más aproximado de la historia del siglo XIX.

Sobre El padre Morelos, Contreras Torres llegó a decir años más tarde, en 1960: “Todavía hoy, muy a pesar del tiempo transcurrido, Morelos, es una película decorosa, construida según los cánones del cine, con una buena técnica”. No obstante esta declaración, es justo reconocer que en su tiempo, la cinta fue criticada por una marcada tendencia didáctica, tan fue así que la compañía que había sido contratada para distribuirlas se negó a hacerlo, aduciendo que “no son escuela ni universidad, sino negocio organizado. Que el gobierno, agregaron, se encargue de distribuirla”. Pero el gobierno, si nos atenemos a lo supuestamente expresado por Cárdenas y el apoyo de Félix Ireta (entonces gobernador del estado) y de Manuel Ávila Camacho (presidente de la República) estaba feliz con las recreaciones históricas, incluyendo a un Simón Bolívar (1941) a quien también Contreras rindió culto cinematográfico. Simón Bolívar fue del gusto de Ávila Camacho, quien la eligió en una función especial que se dio en la residencia oficial, junto con los productores.

A propósito de Simón Bolívar y en defensa de la película, Jesús Grovas declaró con motivo de unas descalificaciones colombianas hechas a la cinta: … “comprendo, sí, la duda y el temor que pueden abrigar los espíritus cultos y la prensa sincera, si se piensa en la versiones históricas a que nos tiene acostumbrados el cine norteamericano, que suele hacer de sus héroes aventureros invencibles concedidos a un gusto vulgar. Sin embargo, tengo la satisfacción de poder afirmar que nada está más lejos de esto como mi película, y que tampoco tiene que ver con los antecedentes desdichados de la cinematografía mexicana primeriza, felizmente ya liquidada”. No obstante esta especie de declaración de principios en los que el productor expone ciertas justificaciones con respecto al cine estadunidense, la cinta adolece de similares defectos que otras con temática histórica, como el acartonamiento y un riguroso apego al oficialismo, sin embargo la película fue bien recibida por el público y en Venezuela se le reconoció con premios a Julián Soler con la Orden del Libertador y el presidente del país del sur envió una mensaje de felicitación a Grovas.

Joaquín Busquets, Paco Martínez, Alberto Martí y Rodolfo Navarrete en ¡Viva México! (1934)

Miguel Contreras Torres, en este afán de lograr la manufactura de un cine auténticamente mexicano, incursionó en la época de la Reforma, con varias cintas en donde ese nacionalismo que tanto lo identifica como cineasta, muestra un perfil un tanto contradictorio al destacar en algunas cintas más una ligera inclinación monárquica por el tratamiento cinematográfico que da sobre todo a Maximiliano y Carlota.

En 1933 parecía que el cine nacional se iba consolidando y lograba hacerse de un público, sobre todo en las salas de segunda corrida, que prefería las películas mexicanas simplemente por ser productos hablados en su lengua. En este año, la producción nacional alcanzó 21 películas y sin duda el fenómeno que es de llamar la atención fue Juárez y Maximiliano, que logró estar en cartelera por seis semanas, hecho sobresaliente, si consideramos que otras cintas estuvieron solamente una, incluyendo a La mujer del puerto (Arcady Boytler) y Elcompadre Mendoza (Fernando  de Fuentes).

Reconocida de alguna manera como la primera superproducción mexicana, Juárez y Maximiliano recrea este pasaje histórico del siglo XIX. Tiene varias cosas destacables y otras que en honor a la verdad son criticables, aun bajo la óptica de aquellos años. 

Quizá la búsqueda de la identidad nacional cinematográfica es parte de lo que llevó a Contreras Torres a insistir tanto en las temáticas históricas (con sus “licencias” en algunas de ellas). Por razones desconocidas, no pudo concluir, en 1942, Hernán Cortés y Moctezuma, película de la que se asegura se habían filmado varias escenas importantes. Y esta búsqueda identitaria se complementaría con varias películas de tema religioso.

La filmografía de Miguel Contreras Torres, en este breve e incompleto repaso, abarcó más de 45 años, en los que participó (fuera como actor, productor, editor, director y/o argumentista) en más de 50 películas. Además de su productiva actividad durante la época muda, los años 30 y 40 son, cuantitativamente, el periodo más representativo de este director.

Con una permanencia casi constante por más de 40 años, Contreras Torres dio innumerables muestras de pasión por la conformación de una cinematografía auténticamente mexicana, tanto formal como narrativa. Sus películas de corte histórico dan cuenta de ello y aun las que no abordan esa temática abonan a creer que, efectivamente, la búsqueda de una identidad cinematográfica nacional se construyó con esos trabajos que, junto con el de otros cinematografistas, dieron un perfil que identificaría a nuestra cinematografía más allá de nuestras fronteras.

5 comentarios en “Miguel Contreras Torres: Las ilusiones patrias”

    1. Gracias por el comentario. Sin embargo yo sólo busco difundir material serio sobre el fenómeno del cine mudo en México y el trabao que Rafael Orozco Flores publicado en La Jornada de MIchoacán llena con creces la calidad que busco para mi blog.

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